Diciembre 15
«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.» Mateo 11:28
Hemos considerado uno de los principios importantes que sostiene la vida espiritual y es que Jesús llega a nosotros antes de que nosotros siquiera hayamos pensado en la posibilidad de buscarlo a él. La iniciativa de construir con nosotros una relación es exclusivamente del Señor. Por siempre, seremos nosotros los que respondemos a sus propuestas.
Esto nos libra de esa enorme presión, auto-impuesta, de creer que tenemos que salir en búsqueda de Dios, con la esperanza de que él mire con agrado nuestra vida.
Esta manera de hacer frente a la vida espiritual es diametralmente contraria a los parámetros heredados y enseñados por el mundo. Desde pequeños se nos formó con la convicción de que nuestro propio esfuerzo es el que asegura la intimidad con Dios y su bendición sobre nuestras vidas. Probablemente, por esta razón, la invitación de Jesús se dirige a «todos los que están trabajados y cargados».
No piense que es una referencia a los que tienen muchas tareas para hacer. Más bien se dirige a aquellos que sienten que el peso de la vida es demasiado para sobrellevar. Las actividades y las relaciones que son parte de su existencia cotidiana producen en ellos tal agobio y fatiga interior que los llena de desesperanza. En ocasiones, algunos prefieren la separación o la muerte antes de reconocer que están perdidos.
¿Qué particularidades distinguen a este grupo, capaces de convertirlos en destinatarios idóneos de esta invitación?
Sencillamente, son personas, más probablemente, desilusionadas con los resultados de sus propios esfuerzos. Han arribado a una profunda convicción en sus vidas de que no son competentes de resolver sus propios problemas. Este desencanto consigo mismos es lo que crea en ellos la apertura a considerar otras alternativas para la vida. No obstante, debemos señalar que el grado de nuestra propia obstinación es profunda, mucho más de lo que nos damos cuenta.
No piense que es una referencia a los que tienen muchas tareas para hacer. Más bien se dirige a aquellos que sienten que el peso de la vida es demasiado para sobrellevar. Las actividades y las relaciones que son parte de su existencia cotidiana producen en ellos tal agobio y fatiga interior que los llena de desesperanza. En ocasiones, algunos prefieren la separación o la muerte antes de reconocer que están perdidos.
¿Qué particularidades distinguen a este grupo, capaces de convertirlos en destinatarios idóneos de esta invitación?
Sencillamente, son personas, más probablemente, desilusionadas con los resultados de sus propios esfuerzos. Han arribado a una profunda convicción en sus vidas de que no son competentes de resolver sus propios problemas. Este desencanto consigo mismos es lo que crea en ellos la apertura a considerar otras alternativas para la vida. No obstante, debemos señalar que el grado de nuestra propia obstinación es profunda, mucho más de lo que nos damos cuenta.
Nos cuesta llegar al punto donde nos rendimos, donde descartamos nuestros propios métodos y cesamos en nuestros esfuerzos por salir de la situación en que estamos.
En ocasiones pueden pasar décadas antes de que nos demos por vencidos. Yo he conocido personas que durante más de veinte años vienen insistiendo en el mismo método para resolver sus problemas, aunque siempre terminan exactamente en el mismo lugar.
La invitación de Cristo a los agobiados siempre ha estado presente; ¡pero cuánto tiempo transcurre antes de que estemos dispuestos a venir a él! Cuántos problemas nos evitaríamos si lográramos entender que Dios tiene particular interés en tocar la vida de aquellos que están en aflicción.
Él es el Dios que «sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas» (Sal 147.3), que defiende «al débil y al huérfano; que hace justicia al afligido y al menesteroso» (Sal 82.3). Con solo presentarnos delante de él, reconociendo nuestro agobio, él comenzará a obrar en nosotros, porque hace tiempo que ha estado deseando traernos alivio.
La invitación de Cristo a los agobiados siempre ha estado presente; ¡pero cuánto tiempo transcurre antes de que estemos dispuestos a venir a él! Cuántos problemas nos evitaríamos si lográramos entender que Dios tiene particular interés en tocar la vida de aquellos que están en aflicción.
Él es el Dios que «sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas» (Sal 147.3), que defiende «al débil y al huérfano; que hace justicia al afligido y al menesteroso» (Sal 82.3). Con solo presentarnos delante de él, reconociendo nuestro agobio, él comenzará a obrar en nosotros, porque hace tiempo que ha estado deseando traernos alivio.
Dios lleva nuestras cargas y nos da descanso!